La Noche de San Juan siempre ha sido un cruce de caminos. Por un lado, las brasas antiguas de las celebraciones paganas al solsticio de verano; por otro, los santos cristianos metiendo cabeza en el calendario. Pero al final, más allá de lo que diga la historia, esta noche es una excusa preciosa para quemar lo que pesa, desear lo que falta y jugar con el fuego sin que nos regañe mamá.
En muchos lugares de España —sobre todo en la costa—, el 23 de junio al anochecer es casi un hechizo colectivo. Las hogueras brotan como hongos en la playa. La gente escribe sus deseos o sus miedos en papelitos y los lanza al fuego. Algunos los entierran en la arena. Otros saltan la llama tres veces para asegurarse buena suerte. En Galicia, las meigas dicen que “haberlas, haylas”, y en Alicante directamente arde media ciudad como si no hubiera un mañana. En Andalucía, como siempre, le ponemos duende hasta al fuego.
Pero este año yo no salté ninguna hoguera.
Este año me pilló de turno. Me tocó trabajar de tarde, hasta la noche, y cuando llegué a casa… tocaba dormir. Porque ya uno no está para muchos trotes, y porque cuando tienes un pequeñajo que se despierta antes que el sol, lo último que puedes hacer es acostarte oliendo a humo de hechizo.
Y aún así, algo me quemaba por dentro.
Un cuento breve antes del fuego
Dicen que en algún rincón del Estrecho, entre las brumas que se levantan en la noche más corta del año, aparece una figura encapuchada con una antorcha hecha de hueso de ballena y brea encantada. Camina descalzo por la orilla recogiendo los deseos que la gente lanza al mar, esos que el agua no se traga y la espuma devuelve. A veces deja uno nuevo en su lugar. Un deseo robado. O uno aún más verdadero que el que tú mismo pediste.
Una vez, una muchacha escribió:
“Deseo que vuelva a quererme”.
Lo quemó con cuidado, mientras sus amigas reían y saltaban la hoguera como si fuera un juego.
A la mañana siguiente, su ex le escribió un mensaje. Solo tres palabras:
“He soñado contigo”.
Pero el mismo día, conoció a otra persona. No era el amor que perdió… era el que aún no sabía que merecía.
A veces los deseos quemados no desaparecen. Se transforman.
Lo que no quemé este año
Yo no tuve hoguera. No tuve playa. No tuve fuego ni papel ni rito.
Pero sí tuve pensamientos. Y esos también prenden.
Si hubiera tenido mi momento de San Juan, habría lanzado tres cosas al fuego:
1. El deseo de ser un buen padre para mi hijo.
No un padre perfecto (porque eso no existe), sino uno presente, consciente y valiente. Alguien que esté ahí, que escuche, que abrace sin miedo y diga “te quiero” tantas veces como haga falta.
Lo habría quemado para recordarme que ese deseo está vivo cada día, y que se riega con actos, no con palabras.
2. El deseo de que mis historias toquen a la gente.
Que las palabras que escribo no se queden en un rincón digital, sino que entren en el corazón de alguien, aunque sea uno solo. Y que se quede allí. Que forme parte de su imaginario, como una semilla que brota cuando menos se espera.
Me gustaría crear una tribu. Un grupo de locos soñadores que lean mis textos y digan: “esto es mío también”.
3. Y sí, por qué no: conquistar el mundo.
Pero no con espadas ni banderas. Con libros. Con humor. Con ideas. Con magia.
Conseguir que “El Imaginario de Jaro” crezca, se expanda y se convierta en algo más grande que yo. Una especie de movimiento donde la fantasía andaluza tenga voz propia.
Y si no se conquista el mundo, al menos conquistar una sonrisa.
Reflexión: lo que no se quema, pesa
No hace falta una hoguera para cerrar ciclos. No necesitas una playa ni fuego para soltar lo que duele. Lo que necesitas, a veces, es parar. Respirar. Y mirar dentro.
Muchas veces cargamos con deseos que no sabemos si aún queremos, con versiones de nosotros mismos que ya no nos representan. Seguimos pidiendo cosas por inercia, porque “es lo que hay que pedir”, o porque creemos que nos toca.
Pero ¿y si ya no queremos eso?
¿Y si lo que antes ardía, ahora solo humea?
A veces lo más valiente no es escribir un deseo y quemarlo. Es escribirlo, leerlo, y romperlo sin fuego. Dejarlo ir.
También hay cosas que no hemos pedido nunca
A veces lo más revelador no es lo que quemamos, sino lo que nunca nos atrevimos a pedir.
Quizá porque pensábamos que no nos tocaba.
Quizá porque lo veíamos demasiado grande.
Quizá porque nos dio miedo que, si lo pedíamos, no se cumpliera.
¿Y si este San Juan (aunque sea un poco tarde) nos atrevemos a pedir algo nuevo?
Algo que nunca nos permitimos.
Un cambio. Un amor. Un viaje. Una disculpa.
Un descanso.
Un abrazo.
Un empezar de nuevo.
¿Y tú?
¿Tú has celebrado San Juan este año?
¿Has saltado alguna hoguera?
¿Has escrito algún deseo?
¿Has soltado algo? ¿O aún lo llevas contigo?
Me encantaría leerte.
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Da igual si es un deseo serio, mágico o una locura tipo “quiero una cabaña en mitad de un bosque con wifi y vino tinto”. Todo vale. Todo cuenta. Todo arde si hace falta.
Este blog también es una pequeña hoguera.
Y tú estás invitado a echarle leña.
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