a painting of a wizard sitting on a chair with a glass of wine

¿Por qué la fantasía siempre huele a Inglaterra mojada? – Una rebelión mágica desde Andalucía

Si piensas en fantasía, ¿qué te viene a la cabeza? Seguramente colinas verdes, castillos en ruinas cubiertos de niebla, alguna espada clavada en una piedra y un druida que parece recién salido de una peli de los Monty Python. Todo muy celta, muy vikingo, muy anglosajón. Nada en contra —de verdad—, pero oye, ¿dónde están nuestros cortijos encantados? ¿Dónde están nuestras hadas flamencas, nuestros elfos aceituneros o nuestros gamusinos del Estrecho?

La fantasía se nos ha vendido desde siempre con acento británico. Desde Tolkien hasta Rowling, pasando por los dragones de Juego de Tronos (que, por cierto, sí pisaron Andalucía, aunque ni una palabra en andaluz dijeron los bichos). Y mientras tanto, aquí estamos nosotros, con siglos de leyendas, mitología, paisajes que parecen sacados de un plano de El Hobbit, y ni una miserable varita de olivo en nuestras historias.

Pues ya está bien.

Yo, JR Perea —alias Jaro, el que se lía a escribir en la oscuridad mientras su hijo duerme y el gato maúlla—, he dicho basta. Si nadie se atreve a escribir fantasía andaluza, lo haré yo. Porque si la magia existe, estoy seguro de que se esconde entre las barricas de vino de Jerez, los alcornocales de Cádiz o los patios silenciosos de Córdoba a medianoche.

¿Y si las leyendas del sur fueran reales? ¿Y si los duendes que nos describían de pequeños no vivieran en Irlanda, sino en las cuevas de Nerja? ¿Y si las abuelas que curan con infusiones en realidad fueran magas de linaje antiguo, descendientes de alquimistas granadinos?


Andalucía como tierra de mitos

Andalucía es pura alquimia. El sol que lo transforma todo, la sal en el aire, el azahar que embriaga. Aquí el realismo mágico no es un invento latinoamericano: es lo cotidiano. Que alguien te diga que ha visto una figura entre los olivos no sorprende. Que tu primo jure que oyó una voz en una venta abandonada es tan habitual como pedir un café «nube» en Málaga.

Tenemos de todo:

  • Cortijos encantados con historia y grietas que susurran.
  • Bosques con niebla en la Sierra de Grazalema donde podrías encontrar hadas dormidas entre madroños.
  • Cuevas profundas en la Alpujarra que guardan secretos de hechiceros moriscos.
  • Barcos fantasmas que cruzan el Estrecho cuando hay levante fuerte.
  • Gamusinos, claro, pero no esos de broma: los reales, los que custodian los secretos de la naturaleza.

Y luego están esos personajes populares que todos conocemos, como el Ratoncito Pérez, personaje creado por el autor jerezano Luis Coloma, que tiene hasta casa en Madrid… ¿Pero y qué pasa con los personajes del sur? ¿Dónde está el espíritu de la vieja que siempre adivinaba la lotería en el mercado, el barquero que cruza el río solo en días de niebla, o el sereno que nunca envejece? ¿Qué fue del hombre del saco andaluz, del coco que no vive en el armario sino en el trastero del cortijo abandonado?

Hay fantasía en nuestras costumbres. La figura del Rey Baltasar, por ejemplo, no es solo un personaje de cabalgata: para muchos niños andaluces era el verdadero mago, el que traía lo imposible. La Semana Santa, con sus pasos, sus silencios y sus cirios, tiene una carga simbólica y emocional que, bien narrada, podría parecerse más a un ritual mágico que a una procesión religiosa. ¿Y las ferias? Auténticos aquelarres de alegría, color, símbolos y personajes que parecen salir de otro mundo.

Pero también tenemos tradiciones que son puro material fantástico si las miras desde el ángulo adecuado. ¿Qué es un “cortejo de ánimas” en un pueblo blanco sino una procesión espectral? ¿Qué son las saetas sino conjuros cantados desde los balcones? ¿Y qué me dices de las leyendas de vírgenes que aparecen entre la niebla, o de los pozos donde no se debe mirar dentro?

¿Y qué hace la fantasía tradicional? Ignora todo esto. Prefiere inventarse mundos fríos, grises, llenos de guerras por tronos metálicos. Aquí las guerras eran por tabancos, por amores imposibles y por el honor de una guitarra. Aquí la magia no se busca, se canta, se baila, se reza y se esconde en el fondo de una copa de fino.


El nacimiento de una misión: El Imaginario de Jaro

Cansado de tanta capa y tanta corona, decidí dar el salto. Crear mi propia saga de fantasía con alma andaluza. Así nació El Imaginario de Jaro. Un espacio donde las barricas de vino guardan conjuros, las confiterías son portales mágicos y los herederos de linajes ocultos llevan sandalias y sombrero de ala ancha.

Las historias de los Perea, por ejemplo, nacen ahí. De mi propia tierra. La confitería mágica, el vaporcito del Puerto, la Bodega de González Díaz y sus vinos encantados… Todo eso es tan fantástico como un dragón, pero con aroma a palo cortado.

Y no quiero quedarme solo en Jerez. Ya estamos explorando Tarifa, donde el contrabando y el surf se mezclan con leyendas marinas, y preparando incursiones a los patios de Córdoba, a la Alhambra soñada y a los pueblos blancos que esconden portales interdimensionales. Incluso he empezado a investigar leyendas locales de pueblos pequeños, esas que solo conocen los mayores y que, si no se cuentan, corren el riesgo de desaparecer.

Y aquí es donde tú entras en escena, lector. Porque esto no tiene por qué ser una cruzada en solitario. Estoy convencido de que cada pueblo, cada barrio, cada familia guarda una historia que merece ser contada. Quizá tu abuela conocía a una mujer que leía el futuro en las yemas de los dedos. Quizá en tu pueblo hay un monte al que nadie sube porque se dice que desaparecieron unos niños. Quizá tu padre te contaba de pequeño que en cierta bodega se aparece un hombre vestido de torero pidiendo vino.

Cuéntamelo. Déjalo en los comentarios, mándame un mensaje, escríbeme un correo. Quiero que este blog sea un punto de encuentro para todas esas historias que nunca encontraron su hueco en los libros de fantasía, pero que merecen ser preservadas y celebradas. Entre todos, podemos construir algo mucho más grande: una mitología andaluza moderna, con raíces profundas y alas fantásticas.


Fantasía con acento, por favor

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La fantasía no tiene que sonar a inglés antiguo. Puede sonar a bulería, a campana de iglesia un domingo por la mañana, a viento de levante silbando por la ventana.

Necesitamos brujas que bailen en las ferias, centauros que cabalguen por Doñana, tesoros escondidos en cortijos abandonados, y hermandades secretas de alquimistas ocultas bajo los callejones de Cádiz. Necesitamos hadas que lleven lunares, bardos que toquen en tablaos y reliquias mágicas perdidas en las alacenas de alguna abuela de pueblo.

Y lo mejor es que todo esto ya existe. Solo hay que mirarlo con los ojos adecuados. Con ojos de niño, de poeta o de loco. Que al final, viene a ser lo mismo.

La fantasía con acento andaluz no es una rareza: es una necesidad. Es una forma de reivindicar nuestra voz, nuestras raíces, nuestras historias. Y además, es una excusa maravillosa para mezclar ficción y tradición, humor y misterio, duendes y flamencas.


Y si no lo hacen ellos, lo hacemos nosotros

Así que este es mi grito, mi manifiesto y mi queja con retranca: dejadme de orcos en colinas neblinosas y dadme un buen duende en el callejón del Gato. Dadme magia en las bodegas, misterio en los olivares y espadas antiguas escondidas en la campiña.

Porque Andalucía no solo es historia: es una fuente inagotable de fantasía, solo que nadie se había atrevido a escribirla. Hasta ahora.

Y si tú también crees que hay magia en tu tierra, te invito a que la compartas. Cuéntame esas leyendas que te contaban tus abuelos, esa historia rara del cortijo de tu pueblo, esa cueva donde nadie entra porque dicen que se oyen voces. Escríbeme, comenta, déjame tus ideas. Tal vez, entre todos, demos voz a una fantasía que estaba esperando su momento para brillar. Quizá entre tus recuerdos y los míos, podamos construir un universo literario que sepa a tierra, a sal y a mosto. Quizá, juntos, podamos hacer que Andalucía deje de ser solo un decorado y pase a ser protagonista en el gran teatro de la fantasía.


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